Lo que dice la ciencia para adelgazar de forma fácil y saludable - L. Jiménez
INTRODUCCIÓN.
Aunque los principios del funcionamiento del metabolismo humano se
conocieron y desarrollaron durante el siglo pasado, el proceso de
desarrollo y civilización de la humanidad ha lanzado un complicado
reto a la ciencia de la nutrición: el exceso de peso. Mientras hemos ido
identificando con gran detalle los complejos procesos bioquímicos que
se desarrollan en nuestro organismo, en paralelo la obesidad se ha
convertido en un sorprendente e inesperado efecto secundario del
aumento de la calidad de vida, llegando a extremos insospechados.
Algunos incluso hablan de plaga o pandemia, dados los terribles
efectos que está teniendo sobre la salud. Y, a pesar de los esfuerzos
que expertos y gobiernos llevan haciendo desde hace décadas, el
número de personas obesas no deja de aumentar.
Aunque con frecuencia parece que cuando se habla de obesidad nos
referimos sobre todo a un problema estético, desde el punto de vista
sanitario la cuestión es muy importante. Infinidad de estudios han
relacionado la obesidad con enfermedades de gran gravedad y coste:
Diabetes, cáncer, hipertensión, infarto de miocardio, ictus, artrosis,
etc. Y es evidente su notable impacto en la degradación de la calidad
de vida de quien la sufre, tanto desde el punto de vista físico como
psicológico (1).
La sociedad evoluciona, la medicina es una ciencia que avanza como la
que más, pero la obesidad no se detiene. Parece que el sobrepeso
incluso se ha convertido en una de las señas de identidad de las
naciones desarrolladas, como si la opulencia y la gula fueran pecados
que merecen penitencia por vivir mejor que nuestros sufridos
antepasados. Penitencia contra la que la ciencia debería haber puesto
remedio hace tiempo, pero que, inexplicablemente, se resiste y mantiene, impasible ante las políticas sanitarias diseñadas en su
contra.
Ante esta situación, se nos podrían ocurrir tres hipótesis que expliquen
lo que está ocurriendo:
1. Algo está cambiando la naturaleza humana y, en concreto, en la
forma en la que nuestro cuerpo procesa los alimentos y obtiene
energía de ellos.
2. Todo el mundo se está volviendo glotón, vago e inconsciente, y sólo
piensa en comer.
3. Algo estamos haciendo mal o de forma incompleta con los
conceptos y directrices que seguimos mayoritariamente desde hace
años.
Como se indica en el título del libro, aunque sin dejar a un lado el
sentido común, intentaremos basarnos en los datos y en la ciencia más
reciente. Y los últimos estudios parecen confirmar que el tercer
supuesto es el más probable, que existen variables que no estamos
pudiendo controlar y paradigmas alimentarios que ya va siendo hora
de derribar. Y nuevas preguntas para las que hacen falta respuestas lo
antes posible.
Más ciencia y más información.
La alimentación es un acto personal, que cada uno de nosotros realiza
varias veces cada día, de acuerdo a unos criterios que, curiosamente,
nadie nos ha enseñado. En el colegio no se aprende nutrición con la
misma intensidad que matemáticas, biología o historia, así que
comemos y cocinamos siguiendo una sabiduría obtenida de infinidad
de fuentes dispersas: Familiares, experiencia previa, conocidos, mitos…
La consecuencia es preocupante. A pesar de lo relevante que es saber cómo alimentarse, los errores y los vacíos de conocimiento son
descomunales.
PARTE 1
PARA APRENDER, A VECES ES NECESARIO DESAPRENDER PRIMERO.
La nutrición es uno de esos temas en los que se acumulan los
paradigmas, falacias, equívocos, leyendas urbanas y mitos. Las
creencias populares, las campañas gubernamentales confusas, la falta
de consenso médico y probablemente la falta de coordinación entre
todos ellos, han dado como resultado una ignorancia notable entre la
población sobre algo que jugará un papel fundamental en sus vidas,
hasta el punto de impactar en la salud, la calidad de vida y, en
definitiva, la longevidad.
La frase “somos lo que comemos” está más vigente que nunca. Si el objetivo de este libro es transmitir unos principios básicos que puedan ser útiles a cualquier persona y que le permitan diseñar su propia alimentación, antes es necesario deshacerse de toda la información equivocada que se ha ido asimilando, para poder empezar a comprender todos los nuevos conceptos con la mente abierta e higienizada. Sorprendentemente, la nutrición es un tema en el que la cultura popular, los memes y las creencias campan a sus anchas, sin que nadie haga demasiado por evitarlo. Parte de la responsabilidad recae sobre los profesionales sanitarios y políticos, que no han sido capaces de llegar a un consenso científico riguroso y desarrollar estrategias efectivas.
En algunos casos se han realizado algunos intentos loables, pero en mi opinión siempre se obvia un aspecto básico para que las ideas arraiguen con solidez entre la población: Aportar una visión global de todas las directrices alimentarias (y no solo unas pocas) y dar a conocer la evidencia científica que las soportan. Si no se explica el porqué de las cosas y el contexto que lleva a tales conclusiones, las personas tendemos a quedarnos con el mensaje superficial, que va degenerando con el tiempo. Recomendaciones razonables por sí mismas, pierden coherencia y solidez si no se complementan con otras que abarquen todo el espectro alimentario y de la salud: Proteínas, grasas, otros carbohidratos, ejercicio, riesgo cardiovascular, cáncer, etc. En nuestra época de estudiantes lo pudimos comprobar una y mil veces: En lugar de memorizar, es mucho más sencillo recordar una idea - incluso hasta el punto de convertirlo en algo obvio - si entendemos de dónde proviene, su origen y su porqué.
Para ser conscientes de la consecuencia final de esta desinformación basta con presenciar una conversación en grupo sobre cualquier tipo de alimento: “El pan no engorda” versus “el pan engorda”. “Las grasas son dañinas” versus “algunas grasas son beneficiosas”; “El azúcar provoca obesidad” versus “el azúcar es el mejor combustible para el cerebro”; “Las proteínas desarrollan músculo” versus “las proteínas provocan cáncer”; “El zumo de frutas es un desayuno sano y previene enfermedades” versus “es mejor la fruta que el zumo”; “Las nueces tienen mucha grasa y engordan” versus “las nueces son un alimento saludable”; “Los huevos elevan el colesterol y hay que minimizar su consumo” versus “los huevos son un alimento muy completo”.
Lo curioso es que la ciencia tiene bastantes respuestas para todas estas cuestiones desde hace tiempo, pero nos falta rigor y constancia en su difusión. En esta primera parte del libro daremos el primer paso en ese sentido, identificando las falacias y errores más populares y lo que la ciencia más actual dice sobre ellas. Siempre en un tono divulgativo, riguroso pero sin excesivo detalle técnico, para que pueda llegar con eficacia a todo tipo de lectores.
Estas son las cuestiones a las que daré respuesta durante las siguientes páginas; probablemente una respuesta distinta a la que usted conoce:
1. ¿La única forma de adelgazar es comer menos y gastar más?
2. ¿Es la grasa la principal culpable de la obesidad?
3. ¿Aportan los carbohidratos energía limpia?
4. ¿Es malo el exceso de proteínas?
La frase “somos lo que comemos” está más vigente que nunca. Si el objetivo de este libro es transmitir unos principios básicos que puedan ser útiles a cualquier persona y que le permitan diseñar su propia alimentación, antes es necesario deshacerse de toda la información equivocada que se ha ido asimilando, para poder empezar a comprender todos los nuevos conceptos con la mente abierta e higienizada. Sorprendentemente, la nutrición es un tema en el que la cultura popular, los memes y las creencias campan a sus anchas, sin que nadie haga demasiado por evitarlo. Parte de la responsabilidad recae sobre los profesionales sanitarios y políticos, que no han sido capaces de llegar a un consenso científico riguroso y desarrollar estrategias efectivas.
En algunos casos se han realizado algunos intentos loables, pero en mi opinión siempre se obvia un aspecto básico para que las ideas arraiguen con solidez entre la población: Aportar una visión global de todas las directrices alimentarias (y no solo unas pocas) y dar a conocer la evidencia científica que las soportan. Si no se explica el porqué de las cosas y el contexto que lleva a tales conclusiones, las personas tendemos a quedarnos con el mensaje superficial, que va degenerando con el tiempo. Recomendaciones razonables por sí mismas, pierden coherencia y solidez si no se complementan con otras que abarquen todo el espectro alimentario y de la salud: Proteínas, grasas, otros carbohidratos, ejercicio, riesgo cardiovascular, cáncer, etc. En nuestra época de estudiantes lo pudimos comprobar una y mil veces: En lugar de memorizar, es mucho más sencillo recordar una idea - incluso hasta el punto de convertirlo en algo obvio - si entendemos de dónde proviene, su origen y su porqué.
Para ser conscientes de la consecuencia final de esta desinformación basta con presenciar una conversación en grupo sobre cualquier tipo de alimento: “El pan no engorda” versus “el pan engorda”. “Las grasas son dañinas” versus “algunas grasas son beneficiosas”; “El azúcar provoca obesidad” versus “el azúcar es el mejor combustible para el cerebro”; “Las proteínas desarrollan músculo” versus “las proteínas provocan cáncer”; “El zumo de frutas es un desayuno sano y previene enfermedades” versus “es mejor la fruta que el zumo”; “Las nueces tienen mucha grasa y engordan” versus “las nueces son un alimento saludable”; “Los huevos elevan el colesterol y hay que minimizar su consumo” versus “los huevos son un alimento muy completo”.
Lo curioso es que la ciencia tiene bastantes respuestas para todas estas cuestiones desde hace tiempo, pero nos falta rigor y constancia en su difusión. En esta primera parte del libro daremos el primer paso en ese sentido, identificando las falacias y errores más populares y lo que la ciencia más actual dice sobre ellas. Siempre en un tono divulgativo, riguroso pero sin excesivo detalle técnico, para que pueda llegar con eficacia a todo tipo de lectores.
Estas son las cuestiones a las que daré respuesta durante las siguientes páginas; probablemente una respuesta distinta a la que usted conoce:
1. ¿La única forma de adelgazar es comer menos y gastar más?
2. ¿Es la grasa la principal culpable de la obesidad?
3. ¿Aportan los carbohidratos energía limpia?
4. ¿Es malo el exceso de proteínas?
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